En mi cabeza se
dibuja imborrable un rincón del patio de mi colegio. Se encontraba en uno de
los extremos del recreo, alejado de las miradas indiscretas de los profesores.
Un gran arbusto hacía de cabaña; y una acequia se hacía paso al otro lado de la
valla. Es el lugar en el que pasé mi niñez; en el que jugué a los tazos, a la
botella y a los cromos; en el que me di el primer beso; fue el escondite de
nuestro primer cigarro robado a nuestra profesora; o el lugar en el que pesqué
una trucha con una caña improvisada.
Hoy llegas tarde para la película,
lector mundano, pero cógete una copa de balón y únete. Vamos a la terraza.
Wolfie estaba acercándose a estrecharle la mano (al último invitado) cuando una zarpa se lo llevó, ipso facto, al plato de música. –Que empiecen a rodar los vinilos, wolfie- le dijo Salvatore mientras retiraba el blu-ray de la película que había terminado hace escasos cinco minutos.
Wolfie accedió. –Creo que Edith es una buena elección para esta velada.
Cuando él me toma en sus brazos
y me habla bajito
veo la vida en rosa
En la terraza estaba
todo listo. La ciudad dormía. La tónica ya hacía su función. Los versos de
Edith Piaf sobrevolaban la ciudad. Los créditos de El Gran Hotel Budapest
anunciaban el comienzo de la velada.
Las primeras
impresiones no se hicieron esperar.
-Esta película ha sido un paseo por los recuerdos maravilloso-
-Un soplo de aire fresco en el cine actual-
-Nos propone un mundo nuevo en el que sumergirse y explorar-
Hypatia comenzó a reflexionar sobre la arquitectura que Anderson ha construido como continente de sus recuerdos. –Creo que nos marca un ritual de acceso desde el primer momento. Algo así como los templos helenos. En ellos, el propio ascenso al templo te provoca una veneración inconsciente a los dioses griegos personificados en ese regalo arquitectónico. Aquí, es una veneración a la memoria. Un monumento a la nostalgia.-
A la izquierda, el cuadro Mittelalterliche Stadt de Schinkel. A la derecha, imagen de El gran hotel Budapest. |
-Además, asombra la forma artesanal del director. Construye una casa de muñecas para su mundo de la nostalgia.- dijo Roark mientras llevaba su copa a la boca cogiendo fuerzas para continuar con su discurso. –Y construido con sus propias manos literalmente. La relación Cine y Arquitectura está más presente que nunca.-
-Al final, vivimos de los recuerdos. Siempre regresamos –y debemos regresar- a esos lugares importantes de la memoria, los que nos marcaron y formaron como personas- dice Salvatore clavando la mirada en el paisaje de luces amarillas que dibujaban la ciudad frente a él.
-Sin embargo, si volviésemos físicamente a esos lugares, nunca serían como los imaginamos. Pero ahí está lo importante y el objetivo de viajar a ellos. Buscar el por qué de esa atmósfera de colores con la que recordamos episodios del pasado. Es una tarea de buscarnos a nosotros mismos al fin y al cabo.- aporta Jep que, estando de acuerdo, quizás recuerde la vez que visitó la antigua cafetería de su juventud y que, lamentablemente, poco se parecía a como la recordaba.
Hypatia vuelve a hacer referencias al arte para cerrar y apoyar su postura.
-Como nos propone Friedrich en uno de sus famosos cuadros (imagen inferior), lo que nos queda por alcanzar es infinito. Debemos ser exploradores en primer lugar de nuestros propios recuerdos. Igual conseguimos así conocernos más a nosotros mismos y coger fuerzas para luchar en el mundo actual, a veces, tan de blanco y negro.
Obra El caminante sobre un mar de nubes de Friedrich |
Hoy la ginebra va
con frutos rojos, lector mundano; a ver si cada trago, aunque sea por una milésima de segundo,
nos traslada al ascensor que durante hora y media nos ha conducido
por un mundo tan personal como el de la nostalgia y los recuerdos. Un viaje tan extravante y excéntrico, como extraordinario y obligatorio.
Fotograma de El gran Hotel Budapest |
Wes Anderson, con su
película El gran hotel Budapest, viaja a los últimos días de aquella Europa del
Este de entreguerras. Mientras, aquí, en el Cineático, estamos escuchando a
Edith Piaf viajar a su mundo de rosa cuando recuerda los brazos de su amado.
Fotograma de El gran hotel Budapest. |
Y yo, tras el primer
trago, estoy viajando a mi rincón de la infancia, a recordar la libertad y el
orgullo de fabricarte tu propia caña de pescar; a alucinar con el mundo nuevo
que vino tras el primer beso de una mujer. Regreso para volver a emocionarme
ganando un puñado de tazos.
Usted, lector
mundano, ¿quiere algún ingrediente extra para su gin tonic?
No os perdáis esta extraordinaria película, amigos! Es cierto que el estilo de Anderson, recargado, excéntrico, onírico, extravagante..., lo odias o lo amas, pero seguro que no te dejará indeferente.
ResponderEliminarLa próxima peli la elige nuestro amigo Salva de nuevo.
No dudéis en uniros a las copas y compartir vuestras impresiones si habéis visto la película.
Un saludo y aquí estoy para cualquier cosa. ;)
El Cineático de Jep
Me alegran tus palabras, Lucía! Estamos deseando recibir en nuestras veladas a la Maga cuantas veces quiera.
EliminarEn cuanto a la película, disfrútala, a ver qué te parece. No es de esas pelis que tienen una trama de subidas y bajadas que te quitan el hipo, pero estoy convencido de que te sumergirás hasta el fondo en esa Europa ya extinguida y sobre todo, que te irás detrás de esos flashback que nos propone el director sin pensártelo.
Película diferente, sugerente y necesaria en la cartelera actual.
Yo volveré a suspirar en violeta, no lo dudes. ;)
Un abrazo desde El CIneático de Jep.